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La inmigración francesa, aunque relativamente escasa, ha dejado en Chile una huella sutil e indeleble. Hay dos momentos muy notables. El primero ocurre a principios del 1700 cuando, por la unión temporal de la monarquía francesa y la española, llega un contingente numeroso. Un segundo momento de inmigración, alentada oficialmente, se vive a partir de 1875. Se trataba de poblar Arauco y la Frontera con colonos europeos. Su laboriosidad y conocimientos industriales, se pensaba, ayudarían a la incorporación efectiva de ese rico territorio. Recibían un anticipo para el pasaje, un lote de cuarenta hectáreas y algunas otras prestaciones, que debían reembolsarse en cinco años. Así llegaron italianos, suizos, alemanes y franceses a instalarse al sur del Bío Bío. Un grupo homogéneo, que ha dejado su impronta en la zona araucana, fueron los vascos franceses.Los vascos, como se sabe, viven, desde tiempos inmemoriales, a ambos lados de la Cordillera de los Pirineos Orientales, junto al Golfo de Vizcaya. El país vasco español, al oeste, tiene un millón de habitantes; el país vascofrancés, algo más de 120 mil. De las siete provincias vascas, tres son francesas.
De los Pirineos a Nahuelbuta:
A fines del siglo XIX, muchos jóvenes vascos pensaban en emigrar y buscar más amplios horizontes. Unos iban a México o al Río de la Plata; otros aun al África Ecuatorial. Hubo muchos que partieron al lejano “Chili”. El primero de todos había sido Pedro Etchepare Borda, en 1865. De América llegaban noticias de grandes cosechas, campos de dimensiones exorbitantes, crianza de miles de cabezas de ganado, en fin, minas de carbón y mucha madera. El comercio abría posibilidades insospechadas. Había que partir “a hacerse la América”. Los jóvenes fueron especialmente influenciados por el gran éxito de la casa comercial de Duhart, formada por miembros de la familia vasco- francesa de ese nombre, que ya en 1860 había establecido una gran sucursal en Lota. Para 1900 tenía una red de sucursales en Carahue, Coronel, Arauco, Lebu, Cañete, Nueva Imperial, Puerto Saavedra y Carahue, donde se realizaban actividades de importación y exportación, de molino de trigo y destilería, más actividades agrícolas y financieras. Influidos por las historias de éxito comercial y progreso económico de los Duhart, muchos jóvenes vascos decidieron también emigrar. En esos tiempos, en Chile se vivía un fervor patriótico, con los triunfos recientes de la Guerra del Pacífico. Las calles de Cañete, adonde llegan varios inmigrantes, todavía lo recuerdan: Esmeralda, Séptimo de Línea, Prat, Serrano. Los vascofranceses se fueron instalando en la zona de Araucanía, en Coronel, Lota, Los Álamos, Cañete, Purén, Angol, Traiguén, Temuco y otras localidades. Había muchas dificultades. Los caminos eran muy deficientes y peligrosos. Se viajaba en caballo o carruaje, acompañado de hombres armados, atravesando el exuberante bosque chileno, subiendo y bajando cerros. Los vascos franceses, unidos en la adversidad, progresaron rápidamente. En 1886 inauguraron, en Cañete, un frontón de pelota vasca, cuyos restos todavía podían verse un siglo después. Por mucho tiempo, Cañete semejó un pueblo del lejano Oeste norteamericano. Casas y veredas de maderas, caballos amarrados a la puerta y un enjambre de nacionalidades: el alemán, el español y el francés, se mezclaban con el mapudungun y aun con el idioma vasco. Pero la modernidad llega inexorable, de la mano de los franceses. Cuando cae el cambio y Chile comienza a cerrar su economía, a partir de los años treinta, muchos franceses comienzan a adquirir tierras y derivan a la agricultura. Hay que aclarar, en todo caso, que entonces los campos “se hacían”: había que talar árboles, abrir caminos, secar pantanos y desbrozar maleza. Arduas labores que requerían un espíritu perseverante y progresista. Pasan los años. Ya en los sesenta, la agitación política que recorre el país llega a los campos. La reforma agraria no sólo altera la propiedad y las formas de trabajo en Araucanía, sino que también modifica profundamente la sociedad rural. Muchas familias emigran. Los hijos de los antiguos inmigrantes se dirigen a las grandes ciudades, en busca de una educación profesional. El centralismo creciente de la economía y la política nacional acentúa ese proceso. Actualmente quedan pocos descendientes franceses en los pueblos de la provincia de Arauco, basta revisar la guía telefónica para comprobarlo. Hoy es necesario, como con los testimonios de la presencia italiana, suiza o alemana en Araucanía, preservar su legado físico y cultural. Bodegas, molinos, antiguas casonas, pero también la repostería, las cecinas —la charcuterie— o la carpintería, entre tantos otros oficios que amenazan con extinguirse. Sólo así reconoceremos el aporte de progreso que representaron y su contribución a la conformación de la sociedad regional.
Gracias por la información. Vivo en la Patagonia argentina y desciendo de franceses que entraron por Chile (Cretton, Germillac, Grenier, Gaffet...)
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